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Channel: Canción para el desvelo
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Velas de lectura

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Ayer cumplí 31 años pero en vez de elogiar o solapar la edad adulta (u otras cosas igual de lamentables), mejor aprovecho la caminata para hablar de leer y de como aprendí a leer. Sí, la mayor parte de este post lo escribí en el teléfono mientras caminaba.

  • He pasado mucho tiempo de mi vida leyendo. Reafirmo, cada vez que abro un libro, un cómic o un manga; que otros placeres, ocios o estudios no me atraen igual. Incluso dedicarme a un juego que no sea casual se ha convertido en una tarea difícil. Me pregunto, a menudo, ¿cómo crece o vive la gente que no lee?

  • Mi abuela, casi analfabeta, me enseñó a leer a los cuatro años. Quizás comenzó antes. Todos los días, en el ambiente frío y gris rata de un puesto de zapatos en el mercado de la Balbuena, repasábamos letras en el periódico. Eventualmente las letras se convirtieron en palabras, oraciones, párrafos completos. Una vez que supe nació un animal hambriento. El mercado era un lugar oscuro, frío, apenas vivo por el lugar tan escondido en el que estaba localizado. Ahí, una de las pocas cosas capaces de arrojar luz, alimentar al monstruo, era la lectura.

  • Leía el periódico, leía cómics y la tira del domingo (Todos los domingos esperaba ansiosamente, en el Universal, el siguiente episodio de Dick Tracy). En el mercado, compraba en el puesto de periódicos uno de varios: “Archie y Verónica”, “Tom y Jerry”, “Las aventuras del Pato Donald”, “La familia Burrón” o “Memin Pingüín”. Mi abuela pedía, en algunas ocasiones, que los leyera en voz alta para corregirme si me equivocaba.

  • En casa teníamos libros, demasiados. Mis tíos más jóvenes leían ciencia ficción y fantasía. En cajas, ocultos, estaban los libros de mi abuelo… Una colección impresionante y discordante: antropología, dibujo, astrología, psicología, enciclopedias de historia y cómics de Vargas Dulché. Muchas veces los hojeé, sin entender mucho lo que pasaba, los libros de ambos mundos eran ajenos: Unos por su vocabulario y otros porque estaban en inglés.

  • Mi madre tenía un libro de ilustración de Michael Moorcock. Criaturas desnudas en un mundo fantástico. Rostros alargados, ovalados, ojos vivos en rostros imposibles. De niño, le rayé unos garabatos con pluma. Quería participar en la creación. Mi madre, dolida, me quitó el libro para siempre y, luego de unos años, lo dejó a mi alcance vencida. No cabe duda, los niños destruimos todo. Unos años más tarde que vi mis pequeñas interrupciones, me arrepentí. Hice lo mismo con otros de sus libros, incluyendo un libro ruso de ajedrez con unas ilustraciones bellísimas y un puñado de libros ilustrativos de cómo aprender a pintar.

  • El colmo: un día, uno de mis tíos abre un programa en la Commodore 64. Es un juego llamado Zork, una aventura de texto, la más famosa de todos los tiempos (La mencionan a menudo en Big Bang Theory, y es referencia obligada de “Ready Player One”. Cualquiera que deseé hacer ficción interactiva debe conocerlo). A cada momento le pedía a mi tía que me tradujera lo que pasaba, estaba enganchado en el misterio y me asombraba que pudieras escribir en la computadora lo que quisieras hacer, y con ello cambiar el rumbo de la historia. Ella, cansada del chamaco, dijo que debía aprender inglés y dejara de molestar. Tenía seis o siete años.

  • A los nueve años ya poseía el nivel suficiente de inglés para pasar un par de pantallas en Zork, y leer algunas páginas de los libros de mis tíos (y sus portadas luminosas, vistosas, mundos ajenos en espera de ser devorados). Otro tío al ver esa pequeña hambre que me guardaba, me sugirió leer mi primer manga en una traducción inglesa: “Crying Freeman”.

  • “Crying Freeman”, después de Dick Tracy, fue mi incursión en el mundo noir, un mundo agresivo, adulto y violento. Páginas oscuras, hombres armados, mujeres fatales, negocios turbios con empresarios. Recuerdo mucho una escena donde un personaje le comparte a otro la geisha que contrató. Ambos hombres, uno joven y uno viejo, poseen a la hermosa geisha. Cierran el negocio. Empecé a intuir uno de los mecanismos del sexo.

  • Para entonces, ya había cambiado mis cómics por el universo Marvel. Específicamente Spiderman (aunque también perseguía a los Hombres X y los Vengadores. Novedades editaba, en aquel entonces, los arcos que escribía Jack Kirby). Si no los había en español, a veces conseguía arcos más actuales en la American Bookstore. Spiderman y su humor, su genialidad, su inseguridad, perpetuamente enamorado de Mary Jane y su sola confidente, la tía May, me ganaron. Se parecía mucho al niño y su abuela en el mercado.

  • Mi tío Rafael me entrega una nota de su propia experiencia mientras espera el nacimiento de su hija en el hospital: “Si quieres leer buenos cómics, fíjate en las burbujas de diálogo. Entre más texto haya en las burbujas, quiere decir que es de mejor calidad”. (Por supuesto, esto es debatible por muchas razones… sin embargo, en aquel momento me pareció la verdad, y a la fecha, me fijo en cuántos diálogos tiene un cómic). Después fuimos a un puesto de revistas, me compró dos comics de “Conan, el Bárbaro” y unos de la Familia Burrón. Esa tarde, mientras esperábamos el nacimiento, nos la pasamos leyendo en silencio.

  • También leí libros. A los doce años, mi nivel de inglés me permitía leer con seguridad algunos libros de terror, fantasía y de ciencia ficción (con diccionario a un lado): Stephen King, Clive Barker, Brian Aldiss, Isaac Asimov, Robert Heinlein, Arthur C. Clarke, Larry Niven, Orson Scott Card. Mi madre me regaló libros de Orwell, de Baum, de Verne, de Poe y una versión adulta, incluyendo los cuentos crueles, de los Hermanos Grimm. Alguna vez, aprovechando una liquidación de “El Sotano”, compramos al menos unos 30 ó 40 libros de editorial Minotauro. Costaron diez pesos cada uno. Uno de mis libros favoritos de entonces, que consumió meses de mi tiempo, fue un “Crea tu propia aventura” de los Hombres X.

  • Mi tía me prestó su copia de la “Historia Interminable”. Las cosas cambiaron. Hasta entonces, en cualquier mundo fantástico o tecnológico, había reglas y las reglas quedaban claras. En este libro encontré un laberinto, un mundo engañoso y cruel, una posibilidad de que las cosas no acabaran bien y que sería difícil saber por qué, sin explicaciones, podía ser desde el haber interpretado mal el juego de palabras hasta que las mentiras poblaran el mundo real, el de afuera, el que pasaba en el libro y el que pasaba en el mío, donde yo sostenía el libro en las manos. Escuché por primera vez al espíritu de la tragedia.

  • Dejemos a un lado al niño y su exploración. Pienso ahora en la lectura: un acto íntimo, personal, donde lentamente aprecias las palabras que tienes entre las manos y continuamente formas una historia, desenredas un misterio, entras en personaje y cuando abandonas, es posible que te hayas llevado algo de ahí. Son múltiples regalos los que deja la lectura, y que parece imposibles conseguir en otro lugar: Oyes distinto, aprendes palabras, encuentras en la rutina o en algún paseo las imágenes para ilustrar ciertos fragmentos, tomas los secretos del mundo, puedes ser tan malo o tan bueno como desees, asocias personajes con personas y las personas con personajes. ¿Quién querría renunciar o evitar eso? ¿O quién rechazaría esa oportunidad?

  • No pasa lo mismo con las series o con las películas, no son un reemplazo para leer, aunque a veces consiguen engañarlo a uno. El acto cambia porque no hay una intimidad, ves a personas interpretar papeles y es difícil imaginárselos de otra forma. Narran una historia, pero narran la historia desde un sólo punto, no ofrecen la oportunidad de perderse. Una serie o una película, utiliza las experiencias del espectador como un testigo, quizás consiga relacionarse, pero no se compara a tener las palabras en las manos, en los ojos, en la punta de la lengua, y abrir la posibilidad de enloquecer, de convertirse en otro, aunque sea un cambio mínimo, como la forma de tomarse el té.

  • Hace poco, en la plática con un escritor, escuché a un hombre necio, empresario, diciendo que leía veinte libros en un mes (y luego lo cambió por un año). “Y no leo malos libros, leo a los clásicos: Dumas, Stevenson, Dickens”, sin embargo, es lo único que pudo articular coherentemente. Usando su lenguaje de empresario, quiso preguntarle a este escritor (Keret) cómo pensaba venderse, es decir: ¿Qué debería tener en cuenta él como consumidor para comprar su producto? Hablaba bronco, apresurado, repetía palabras, muletillas, quizás le incomodaba hablar entre muchos jóvenes. Más tarde, como siempre sucede en esas cosas, un chavo arguyó que leer era importante para México y un escritor leído por tantos jóvenes, debía ser un buen escritor. Aplausos estridentes. ¿La moraleja? Leer mucho no te hace mejor persona. No leas por eso porque vas a perder.

  • Me gusta la lectura como un laberinto. Es decir, no puedo leer solamente a cierto autor, o cierto género, así termino leyendo cosas que no imaginaba. Algunos lectores consiguen disciplinarse: Se dedican a ciertos autores, se dedican a ciertos géneros, a las novedades editoriales, a la literatura de una sola región, a los Nobel, a los recomendados o a sus clásicos. Cumplen su cuota, se lavan las manos. Lo que salga de su círculo se convierte en algo despreciable, difícil de leer, imposible de manosear o disfrutar. Me parece triste. En cada libro, sobre todo los extraños, existe la oportunidad de rescatar la vida.

  • Los libros que provocan sentimientos de enojo, de abandono o de amargura, son libros a los que presto peculiar atención: Algo está pasando, comunica o provoca, tal vez me recuerdan algo que ya olvidé o algo que deseé. Eso no hace mejor, o peor, al libro, simplemente descubren otra cosa. También de eso trata leer: Perseguirse.

  • Esta será mi última entrada del año, por eso tan extensa. He decidido convertirlo en una costumbre: Abandonar el blog en las fechas del cumpleaños (30+1, oh man) y retomarlo a mediados de Enero, o hasta inicios de Febrero (aw, a ver). Diciembre, sus compromisos, sus vacaciones y los múltiples proyectos no me permiten dedicarle más tiempo al árbol, sin embargo, seguiré en twitter y en otros lados, como es mi costumbre. Así que aprovecho para desearle a los lectores, los perdidos y los curiosos felices fiestas, un feliz fin del mundo, un feliz año nuevo, y una clemente cuesta de Enero. Un abrazo, nos vemos otro día.


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